Los antiguos realizaban tres
ritos de purificación: bañarse en el océano, para quitarse el polvo de todo el
camino, limpiarse externa e internamente de los avatares y pensamientos; ver la
puesta de sol, como el ir y el devenir, la muerte del astro y su nacimiento
milagroso día tras día, como el levantarse del caminante, día tras día, y por
último, quemar su ropa, un rito en que se deshace de todo lo material, un momento
iniciático en donde da comienzo una nueva vida, dejando atrás con el fuego
purificador todo lo dañino, todo lo pasado, todo lo enfermo, todo lo doliente.
Junto al Faro, en las rocas que asoman al mar pueden verse indicios
de pequeñas hogueras con restos carbonizados. Al atardecer podéis coincidir con algún
peregrino que se encuentre reduciendo a cenizas parte de sus
pertenencias. La tradición “obliga” a quemar alguna prenda de ropa que
se haya vestido durante las etapas del camino como símbolo de la
renovación interior que todo peregrino sufre en el Camino de Santiago.
Se quema lo viejo para dar cabida a lo nuevo.
Fin de trayecto, fin del camino. Fisterra!. Donde en tiempos los antiguos situaban el fin del mundo! Verde de la tierra gallega, gris de roca, marrón de polvo y tierra, azul de océano!.Color. Emoción. Novecientos sesenta kilómetros en nuestros pies. Peregrino. Polvo, lluvia, sufrimiento, paz. Gente, pueblos, introspección. Algo de mí queda en el camino; algo del camino, queda en mí. Quemaré en Fisterra parte de mí, parte de tí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario